VÍCTOR GARCÍA. ¿Qué tienen que ver el lejano y exótico Egipto, el rey sabio Alfonso X, Sevilla, la nieta de Fernando III tocaya de la reina Berenguela la Grande, una jirafa y un cocodrilo al que la gente le llama el "lagarto de la catedral"?
A tan peculiar pregunta la respuesta está en la historia, cuestión o dilema que cualquier visitante ávido de curiosidad se cuestionará en su visita a tan magno templo de la cristiandad que conquistó el Rey San Fernando para Sevilla, España y la Cristiandad.
Sorprenden al visitante en el Patio de los Naranjos de la catedral de la ciudad del Guadalquivir (río por el que la primera marina de Castilla al mando de Ramón de Bonifaz, creada por el Rey Santo, afrontó en 1248 el decisivo episodio de la Reconquista de Isbiliya) colgados de las vigas del alto techo de una de las naves, tres objetos sorprendentes: un cocodrilo, de tamaño natural, un bocado o freno de caballo, de gran tamaño, y un bastón de mando. Tan especiales objetos guardan relación y una historia digna de ser contada y recordada.
Nos retrotraemos al año del Señor de 1260. Los reinos cristianos dominaban la península Ibérica tras varios siglos de dominación musulmana desde la batalla de Guadalete del fatídico año de 711; y entre ellos, la Corona de Castilla, que tras la unión definitiva de los reinos de León y Castilla bajo el reinado de Fernando III, había pasado a ser una potencia respetable en Europa, no en vano el Rey Santo, también llamado el Atleta de Cristo, fue el primer monarca que reconquistó la España tomada, con territorios conquistados y vasallos como el reino de Niebla y Granada, Reconquista que culminarían los Reyes Católicos en 1492.
El Sultán de Egipto, deseoso de entablar relaciones políticas y económicas con tan estimable reino emergente, envió una embajada al rey Alfonso X El Sabio, para pedirle la mano de su hija Berenguela. De aquellos lares trajo el Sultán diversos presentes, entre los que figuraba un hermoso colmillo de elefante, un cocodrilo vivo del Nilo enjaulado, y una imponente jirafa, domesticada, con su montura, freno y bridas.
La petición de mano de la nieta de Fernando III resultó ser denegada y el Rey Sabio devolvió la embajada cargada de diplomacia y de regalos para el Sultán. En Sevilla se quedaron el cocodrilo, habitando en una alberca de los jardines del Alcázar, y la jirafa en dichos exuberantes jardines palaciegos.
Pasado el tiempo el cocodrilo murió y fue disecado, su piel rellena de paja y colgada en el
Patio de los Naranjos de la catedral. Años después, con la vuelta de Egipto de la comitiva castellana, el embajador mandado por Alfonso X dejó su vara o insignia que lo representaba en tal acontecimiento (aunque hay quién interpreta que es una fusta con la que dirigir la mencionada jirafa), también se colgó para recuerdo junto a otros trofeos recibidos, y allí permanecen todavía para deleite y asombro de los visitantes, junto con el gran colmillo de elefante y el freno de hierro de la jirafa.
Cabría mencionar otra curiosidad más, en el siglo XVI sería sustituido el cocodrilo disecado por una copia de madera debido a la mala conservación que presentaba.
La puerta de la catedral en donde se encuentran estas curiosidades es denominada desde entonces como Puerta del Lagarto, en recuerdo de dichos objetos y de esta curiosa historia.